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LA MEJOR DECISIÓN DE MI VIDA

LA MEJOR DECISIÓN DE MI VIDA

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- Por Fabian Gosselin (31 de Mayo de 2017)

 

Hace muy pocos días las Chivas Rayadas de Guadalajara levantaron su título número 12 para empatar al América como el más grande del país, en cuanto a títulos se refiere. Mucha gente a lo largo de mi vida me ha cuestionado el porqué de mi decisión de irle al América y es que si nací, crecí y viví durante 15 años en Guadalajara, lo más lógico sería que mi equipo sean las Chivas, ¿No? La verdad la respuesta es muy sencilla.

Para cuando ya dejé de ser un bebé y era un poco consiente de lo que pasaba a mi alrededor, por allá del año 1995, a los 3 años de edad, el futbol comenzó a formar gran parte de mi vida. En aquel entonces las Chivas eran el equipo con más títulos y más afición en México. Mis compañeritos del kínder portaban en los recreos sus playeras de las chivas y escogían ser “el Emperador” Suarez, “el Tilón” Chavez, o “El Gusano” Nápoles cuando se armaba la cascarita, y yo confundido mejor escogía ser Zidane o Del Piero. Pero tenía que tener una identidad propia, un equipo por el cual dar todo y estar orgulloso. El Atlas definitivamente no era opción, un equipo al que disque le va la gente “nice” de Guadalajara solo porque en su momento los dueños del equipo eran 123 socios, y claro, todos tenían un tío, primo, abuelo, o conocido que era alguno de ellos, pero el hecho de que llevaba para ese entonces casi 50 años sin un solo título, no me parecía nada atractivo. El otro equipo que existía en Guadalajara eran los Tecolotes, cuya afición no pasaba de 50 pelados y todos tenían el apellido Leaño, hasta su capitán pertenecía a esta familia numerosa, el mismísimo e inolvidable “Cheto” Leaño, defensa lamentable. Así que o le iba a las Chivas o buscaba por otro lado algún equipo que satisficiera mis ilusiones.

Mi padre le iba al América y cuando todos somos niños no vemos más allá del ejemplo de nuestros padres, son nuestros ídolos, todo niño o quiere ser futbolista de grande o quiere ser como su papá, no hay más. Él era el único referente que tenía de los azulcremas, pero no fue eso lo que me hizo decidir por irle a los de amarillo en lugar de a los rojiblancos. Recuerdo perfecto el día en que tomé la decisión que iba a cambiar el rumbo de mi vida, sentado frente a una caja cuadrada llamada televisor, en mi cuarto de juegos. Me disponía a ver el clásico programa de los domingos que daba el resumen deportivo del fin de semana llamado “Acción”, pero antes me tuve que chutar uno de esos comerciales aterradores de desaparecidos del canal 5, no sé si los recuerden, que narraba una voz parecida a la del locutor del Estadio Azteca, que iban más o menos así “Canal 5 al servicio de la comunidad: Brandon Efraín Guzmán López de 9 años, última vez visto saliendo en su triciclo de la Colonia Tlalpan”, daban pesadillas. Finalmente comenzó el esperado programa deportivo y fue aquí que vi ante mis ojos el resumen de aquel histórico clásico nacional que se jugó en el Estadio Jalisco en octubre del 95, donde el América se impuso 2-0 a los locales, y tras escuchar a Antonio de Valdez decir que ya era el 6to clásico consecutivo del américa sin perder ante las Chivas, la decisión de cuál iba a ser el equipo de mis amores ya estaba tomada.

Los peores años llegaron después de esa decisión. En 1997 las Chivas alzarían la décima en el Estadio Jalisco mientras yo presenciaba el encuentro a unas pocas filas de la cancha, desilusionado de que los Toros Neza del legendario Pony Ruiz no hayan podido defender el orgullo de los americanistas. Un año más tarde, año en que el América cumpliría una década sin levantar un título llegó el futbolista, ahora comentarista, Luis García Postigo a jugar en el rebaño, y como su ahora exesposa era amiga de mi madre, entablamos una relación con el Doctor García que nunca olvidaré. Cada 15 días nos invitaba al estadio y yo y mi hermano saldríamos de la mano de los jugadores del rebaño por los túneles inflables, una sensación que para un niño de 6 años era inigualable, tanto que mi hermano gracias a esto decidió que él si le iba a ir a las chivas, pero a mí no me iban a hacer cambiar de opinión, para mí el América seguía siendo mejor. Y nada de esto me causaba conflicto, hasta que un día mis papás decidieron disfrazarme de las chivas en un clásico nacional para que así pudiera bajar a la cancha, y pues ni hablar, les tuve que hacer caso ya que la ilusión de bajar a la cancha y estar a unos pocos metros de la deidad de Cuauhtémoc Blanco, cuya camisa autografiada aún poseo, era incomparable y nadie me la iba a quitar. Con lo que no contaba fue con el hecho que sucedió después, una vez que estaba disfrutando el partido desde la tribuna en los brazos de mi padre. De pronto se acercó un reportero con la playera del América a entrevistarme, y me dijo al verme vestido de rojo y blanco “Que piensas de tu equipo”, yo confundido, le respondí “Yo le voy al América”, por lo que el entrevistador con cara de que no sabía que estaba pasando me preguntó, “¿Y por qué vienes vestido de las chivas?”, volteé a ver a mi papá, luego a mi mamá y tras unos momentos de silencio incómodo en los que no supe ni que responder a esta trascendental pregunta finalmente respondí, mientras no dejaban de escurrirme lágrimas de la mejilla como un bebé chillón, “Porque mis papás me obligaron a vestirme de las chivas”. Esta traumática experiencia desarrolló un odio en mi hacia las Chivas que hasta la fecha me atormenta. A partir de ese día no volví a desfilar de la mano del Doctor García por los túneles del Estadio Jalisco. Empecé a comprar todas las camisas del América y ya no me perdía ningún partido, mi amor por los azulcremas había comenzado de verdad y eso que todavía no conocía el majestuoso coloso de Santa Úrsula, nido de las Águilas, ni los había visto aún levantar una copa. De hecho la primera vez que fui al Estadio Azteca fue por ahí del año 2001 en una visita a la Ciudad de México, y el equipo que jugó ni siquiera fue el América sino el Necaxa. Fue hasta aquella final del 2007 contra los Tuzos que por fin iría a ver jugar como local a mi adorado equipo, y para colmo, perdieron ese partido.

Y entonces, seguro se preguntarán ¿Si viviste 15 años en Guadalajara, viste en vivo el décimo campeonato de las chivas, salías a la cancha de la mano de Luis García, y no conociste el Estadio Azteca sino hasta los 15 años de edad, no te arrepientes de no haberle ido a ese equipo rojiblanco que de paso está formado por puro mexicano y que hoy tiene los mismos títulos que el América? La respuesta es un certero “No, nunca”. A lo largo de mi vida he visto a mis Águilas en 10 finales entre Liga y Concachampions, de las cuales en 8 he estado en el Estadio Azteca en carne y hueso, viví la épica final contra el Cruz Azul, cuyo recuerdo no me lo va a quitar nadie nunca, ví jugar a Cuauhtémoc, Cabañas, Zamorano, Navia, Chucho, y a Layún, tengo la oportunidad gracias a la tía Conchita de ir al Estadio Azteca cada 15 días a un palco atrás de la Monumental donde puedo gritar, disfrutar, cantar y ver a mis águilas y su afición dejarlo todo en la cancha, pero sobre todo, el sentimiento y las alegrías que me ha dado este equipo nunca en la vida me las pudo haber dado las Chivas, quienes llevaban 11 años sin asistir a una final de Liga y estuvieron al borde del descenso hace unas cuantas primaveras. Mi pasión por este hermoso deporte se lo debo a estos colores azul y amarillo. Hoy las chivas podrán presumir que son igual de grandes que el América, pero yo puedo presumir que hace 21 años tome la mejor decisión que pude haber tomado en toda mi vida.

Ame final

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